Ama al Señor con todo tu corazón: "Cuando los
fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se
reunieron en ese lugar, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le
preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más
grande de la Ley?" Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con
todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más
grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen
toda la Ley y los Profetas"
Palabra del Señor
Jesús, citando el Libro del Deuteronomio, responde:
"Amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu
espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento".
Jesús habría podido detenerse aquí. En cambio Jesús agrega algo que
no había sido preguntado por el doctor de la ley. De hecho dice:
"El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo".
Este segundo
mandamiento tampoco lo inventa Jesús,
sino que lo retoma del Libro del Levítico. Su novedad consiste
justamente en el juntar estos dos mandamientos, el amor por Dios y el
amor por el prójimo, revelando que son inseparables y complementarios,
son las dos caras de una misma medalla.
No se puede amar a Dios
sin amar al prójimo y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios...
En efecto, la señal visible que el cristiano puede mostrar para
testimoniar el amor de Dios al mundo y a los demás, a su familia, es el
amor por los hermanos.
El mandamiento del amor a Dios y al prójimo es el primero no porque está encima del elenco de los mandamientos.
Jesús no lo coloca en el vértice, sino al centro, porque es el
corazón desde el cual debe partir todo y hacia donde todo debe regresar y
servir de referencia.
Ya en el Antiguo Testamento la exigencia de ser santos, a imagen de Dios que es santo, comprendía también
el deber de ocuparse de las personas más débiles como el forastero, el huérfano, la viuda...
A este punto, a la luz de esta palabra de Jesús, el amor es la medida
de la fe, y la fe es el alma del amor. No podemos separar más la vida
religiosa, de piedad, del servicio a los hermanos, de aquellos hermanos
concretos que encontramos.
No podemos dividir más la oración, el encuentro con Dios en los
Sacramentos, de la escucha del otro, de la cercanía a su vida,
especialmente a sus heridas. Acuérdense de esto:
el amor es la medida de la fe. Tú ¿cuánto amas?...
Jesús abre un claro que permite ver dos rostros: el rostro del Padre y
aquel del hermano... Y deberiamos preguntarnos, cuando encontramos a
uno de estos hermanos, si somos capaces de reconocer el rostro de Cristo
en él: ¿somos capaces de esto?
[...] Jesús nos dona
el Espíritu Santo, que nos permite amar a Dios y al prójimo como Él, con corazón libre y generoso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario