la hora del Ángelus del último domingo del año litúrgico el Papa recordó que celebramos la solemnidad de Cristo, Rey del universo, cuya realeza es de guía y servicio, si bien esta realeza, al final de los tiempos, se afirmará como juicio. Por esta razón – dijo Francisco – “hoy tenemos ante nosotros a Cristo como Rey, pastor y juez”, que nos muestra los criterios de pertenencia al Reino de Dios.
Además, el Obispo de Roma afirmó que el Evangelio según San Mateo nos presenta la visión grandiosa de Jesús que se dirige a sus discípulos diciendo: “Cuando el Hijo del hombre vendrá en su gloria, y todos los ángeles con Él, se sentará en el trono de su gloria. Y explicó que se trata de la introducción solemne al relato del juicio universal. Sí, porque tras haber vivido su existencia terrenal en la humildad y la pobreza, Jesús se presenta ahora en la gloria divina que le pertenece. Y añadió que la humanidad entera está convocada ante Él, que ejerce su autoridad “separando unos de otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras”.
De ahí que el Pontífice haya recordado que a los que ha puesto a su derecha les dice: “Vengan, benditos de mi Padre, reciban en herencia el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo”, porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, fui extranjero y me acogieron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, estuve en la cárcel y vinieron a verme. Naturalmente – prosiguió diciendo el Papa Bergoglio – estas palabras no terminan de sorprendernos, aunque el mismo Señor declara que todo lo que se le ha hecho a uno solo de los hermanos más pequeños, “me lo han hecho a mí”.
Así nos revela hasta qué punto llega el amor de Dios, no sólo cuando estamos bien y nos sentimos sanos y felices, sino cuando estamos necesitados. De una manera escondida Él permite que lo encontremos y nos tiende la mano como si fuera un mendicante. De este modo Jesús revela el criterio decisivo de su juicio, es decir, el amor concreto por el prójimo que padece dificultades, revelando el poder del amor y la realeza de Dios que es solidario con quien sufre para suscitar por doquier actitudes y obras de misericordia.
Tras recordar que al final de nuestra vida seremos juzgados en el amor, es decir, en nuestro empeño concreto de amar y servir a Jesús en nuestros hermanos más pequeños y necesitados, el Papa afirmó que el Señor vendrá al final de los tiempos para juzgar a todas las naciones, aunque también viene a nosotros cada día, de tantos modos diversos, y nos pide que lo acojamos.
Que la Virgen María – terminó diciendo Francisco – nos ayude a encontrarlo y recibirlo en su Palabra y en la Eucaristía, así como en los hermanos y hermanas que padecen hambre, enfermedades, opresiones e injusticias.
Texto y audio completo de las palabras del Papa Francisco en el Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este último domingo del año litúrgico celebramos la Solemnidad de Cristo Rey del universo. La suya es una realeza de guía, de servicio, y también una realeza que al final de los tiempos se afirmará como juicio. Hoy tenemos ante nosotros a Cristo como rey, pastor y juez, que muestra los criterios de pertenencia al Reino de Dios. Estos son los criterios.
La página evangélica se abre con una visión grandiosa. Jesús, dirigiéndose a sus discípulos, dice: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso» (Mt 25,31). Se trata de la introducción solemne de la narración del juicio universal. Después de haber vivido la existencia terrena en humildad y pobreza, Jesús se presenta ahora en la gloria divina que le pertenece, rodeado del ejército angélico. La humanidad entera es convocada ante Él y Él ejercita su autoridad separando los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras.
A quienes ha puesto a su derecha dice: «Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver» (vv. 34-36). Los justos se quedaran sorprendidos, porque no recuerdan jamás de haber encontrado a Jesús, y mucho menos de haberlo ayudado de ese modo; pero Él dirá: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (v. 40). Esta palabra no termina nunca de sorprendernos, porque nos revela hasta qué punto llega el amor de Dios: hasta el punto de identificarse con nosotros, pero no cuando estamos bien, cuando estamos sanos y felices, no, sino cuando estamos en la necesidad. Y de este modo escondido Él se deja encontrar, nos extiende la mano como un mendigo. Así Jesús revela el criterio decisivo de su juicio, es decir, el amor concreto por el prójimo en dificultad. Y así se revela el poder del amor, la majestad de Dios: solidario con quien sufre para suscitar en todas partes actitudes y obras de misericordia.
La parábola del juicio prosigue presentando al rey que aleja de sí a aquellos que durante su vida no se han preocupado de las necesidades de los hermanos. También en este caso ellos se quedaran sorprendidos y preguntaran: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?» (v. 44). Sobre entendido: “¡Si te hubiéramos visto, seguramente te habríamos ayudado!”. Pero el rey responderá: «Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo» (v. 45). Al final de nuestra vida seremos juzgados sobre el amor, es decir, sobre nuestro concreto compromiso de amar y servir a Jesús en nuestros hermanos más pequeños y necesitados. Ese mendigo, aquel necesitado que extiende la mano es Jesús; ese enfermo que debo visitar es Jesús; ese encarcelado es Jesús; ese hambriento es Jesús. Pensemos en esto.
Jesús vendrá al final de los tiempos para juzgar a todas las naciones, pero viene a nosotros cada día, de tantos modos, y nos pide acogerlo. La Virgen María nos ayude a encontrarlo y recibirlo en su Palabra y en la Eucaristía, y al mismo tiempo en los hermanos y en las hermanas que sufren el hambre, la enfermedad, la opresión, la injusticia. Puedan nuestros corazones acogerlo en el hoy de nuestra vida, para que seamos recibidos por Él en la eternidad de su Reino de luz y de paz.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – SpC)
Dolor del Papa
Después de rezar a la Madre de Dios, el Santo Padre Francisco saludó afectuosamente a los numerosos fieles y peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro.
Ante todo el Papa manifestó su gran dolor ante al atentado en una mezquita en el norte del Sinaí, en Egipto.
“Sigo rezando – dijo – por las numerosas víctimas, por los heridos y por toda aquella comunidad tan duramente afectada. Que Dios nos libre de estas tragedias y sostenga los esfuerzos de todos los que trabajan por la paz, la concordia y la convivencia. Esas personas en aquel momento rezaban; también nosotros, en silencio, rezamos por ellas”.
Beatificación de la Madre Catalina de María Rodríguez
A continuación el Santo Padre recordó la beatificación, el sábado 25 de noviembre en Córdoba, Argentina, de la Madre Catalina de María Rodríguez, fundadora de la Congregación de las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús. Y destacó que se trata del primer instituto religioso femenino de vida apostólica en esta nación. A la vez que añadió que la nueva beata vivió en el siglo XIX primero como esposa y una vez viuda, como consagrada a Dios, dedicándose a la atención espiritual y material de las mujeres más pobres y vulnerables. De ahí que Francisco haya invitado a alabar al Señor “por esta mujer apasionada por el Corazón de Jesús y por la humanidad”.
Después de saludar a los diversos grupos de fieles y peregrinos procedentes de diversos países, el Pontífice recordó a la comunidad ucraniana que tiene presente la tragedia del Holodomor, es decir la muerte por hambre provocada por el régimen estaliniano con millones de víctimas. “Rezo por Ucrania – dijo el Papa – para que la fuerza de la fe contribuya a curar las heridas del pasado y promover caminos de paz”.
Viaje apostólico a Myanmar y Bangladés
Por último, antes de despedirse, Francisco recordó que esta noche inicia su Viaje apostólico a Myanmar y Bangladés, razón por la cual pidió a los fieles que lo acompañen con su oración, para que su presencia sea para aquellas poblaciones un signo de cercanía y esperanza
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