Basta salir a la calle, llegar al trabajo o encender tu ordenador, y encuentras las tentaciones a flor de piel.
Caemos con tanta facilidad. Sobre todo yo.
Algo nos ha pasado. Tal vez nos falta Dios, experimentar su dulce presencia.
En su tiempo san Félix recomendaba:
“Amigo, la mirada en el suelo, el corazón en el cielo y en la mano el santo Rosario”.
Me ocurre como a san Pablo. A menudo hago lo que no quiero ni espero, pues no deseo ofender a Dios, ni de palabra, pensamiento o acción. Es nuestro Padre. Es un Padre tan bueno que ofenderlo te duele en el alma, hondo.
“¿Cómo he sido capaz?” te preguntas.
Me sostengo con la oración, y por la gracia del buen Dios y los cuidados maternales de nuestra Madre Celestial, la siempre Virgen María.
Anhelé ser santo, de niño. Quería tener contento a Dios. Pero no lo he conseguido. Soy un católico normal, con una familia, tratando de sacarla adelante. La vida no ha sido como esperaba. Pero igual no deja de ser maravillosa, una gracia, la oportunidad que se nos da para llegar al Paraíso.
Es verdad, olvido con tanta frecuencia a mi Ángel de la guarda. El día que le conozca, ojalá en el Paraíso, le pediré perdón por los dolores de cabeza que le ocasioné. Y las veces que desoí sus sabios consejos. Es un amigo y consejero. Siempre está con nosotros, velando nuestros pasos en este mundo.
Me siento agradecido. Mi vida ha sido un descubrimiento de la gracia Divina. He buscado a Dios en tantos lugares. Y siempre Él ha salido a mi encuentro, a pesar de como soy y mis caídas.
He aprendido que a menudo, una tentación se vence con un simple: “NO”. Y cuando esto es insuficiente, voy al sagrario y me quedo con Jesús, rezo un Padre Nuestro y le pido la gracia de resistir, perseverar en la fe y no pecar.
Sabes, hace dos días cuando estuve con Jesús ante el sagrario, le hablé de ti. Y tus sueños e ilusiones. Le pedí que velara por tu familia, que te cuide y consienta. Él todo lo puede, por tanto pedirle por los demás es algo siempre debemos hacer. Tu recta intención le agrada, sobre todo cuando eres misericordioso y justo.
Termina este año maravilloso en el que he comprendido el valor de la solidaridad, he sentido tu compañía y recibido gracias inmerecidas, debido a tus oraciones y visitas al sagrario. Sí, me he sentido a gusto caminando por este sendero, en que busco la montaña de Dios, para escalarla. Hemos rezado juntos, visto el mundo desde diferentes países, pero nos une el amor de Jesús, la gracia santificante y la esperanza de un mejor mundo para todos.
Gracias amable lector por tu nobleza y compañía. Reza por mí. No dejes de visitar a Jesús en el sagrario. Y cuando vayas, por favor dile:
“Jesús, JOAQUIN SIFONTES Le manda saludos.”
¡Dios te bendiga!
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