jueves, 29 de marzo de 2018

De toda la Pasión, ¿cuál fue el momento que más sufrió Jesús?



Una pregunta que preocupaba mucho a Chiara Lubich, la fundadora de los Focolares

De todo el relato de la Pasión que nos traen los evangelios, podríamos preguntarnos: ¿Cuál fue el momento en el que más sufrió Jesús?…
Esta pregunta la hizo, siendo muy joven, con 22 años, la sierva de Dios Chiara Lubich durante la II Guerra Mundial en 1943. En los refugios durante los bombardeos leían el Evangelio. Habían descubierto que Dios-Amor es el único ideal que ninguna bomba puede destruir. Después salían a buscar en los escombros a los fallecidos y a atender a los heridos.
Una de ellas cayo gravemente enferma de contagio por las condiciones higiénicas de los heridos. Llamaron al sacerdote que tampoco daba “abasto”, y Chiara, antes de que pasara a administrar el sacramento de la unción a aquella joven, le hizo esta pregunta: ¿Cuál fue el momento en el que más sufrió Jesús en su pasión?
Y el sacerdote contestó: Yo creo que fue en su grito en la cruz: “Elí, Elí, Lama sabactani”, es decir, “Dios mío, Dios mío, ¿porque me has abandonado?”.
Entonces, Chiara tomó a sus compañeras de la mano alrededor de la cama de la joven enferma, y las propuso esposarse con “Jesús Abandonado”, elegirle y amarle para siempre en todos los sufrimientos, en los propios y en los de toda la humanidad.
Decía San Juan Pablo II que la experiencia humana del abandono de Jesús en la cruz, cuando grita “Dios mío Dios mío porque me has abandonado”, responde a un dolor compartido por las tres personas de la Santísima Trinidad: “sufrida por Dios Padre, que la permite por amor a los hombres, y por el Espíritu, que calla para que Jesús pueda culminar la obra redentora, además de por Jesús: es el desagarro de Dios por amor a los hombres”.
Si. Jesús, al menos en un instante, sintió el abandono del Padre. Y no podía haber sido de otra manera, porque, como explica San Ireneo, Jesús no redimió lo que no asumió. Si ha redimido a todos los hombres de todas los dolores, las injusticias, los tormentos, los desprecios, y del mismo sentimiento del abandono de Dios, es qué Él en la cruz las ha hecho suyas, las ha sufrido en su propia carne y en su propia alma.
Por eso a Jesús Crucificado y Abandonado no debemos sólo verlo reflejado en las imágenes que nos hacemos de él. Debemos verlo antes de nada en mí, cuando me sienta abandonado; y en el otro, cuando se sienta abandonado. Y podemos y debemos reconocerle y decirle: “eres tu”: El rechazado, marginado, olvidado, sólo. El calumniado, apestado, maltratado, engañado, burlado. El desesperado, entristecido, angustiado, anulado. Y abrazarle diciéndole: “te quiero así”. Y dar el salto, y ponernos a amar, a hacer la voluntad de Dios, y decirle: “actúa en mí”.
Y podemos incluso, con nuestra vida, “dar testimonio en el mundo de que Jesús Crucificado y Abandonado ha acompañado toda soledad, a iluminado toda tiniebla, ha llenado todo vacío, ha anulado todo dolor, ha borrado todo pecado”.


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