¿Qué significa la Cruz para el Cristiano?
“El que no carga con su propia cruz para seguirme luego, no
puede ser discípulo mío”
(Mt. 16, 24)
De todos es sabido que la cruz fue en la antigüedad un instrumento
de suplicio, patíbulo y lugar de escarmiento para todos aquellos que, culpables
o no, eran acusados y condenados a una muerte lenta, dolorosa y escabrosa. La
práctica antigua de la crucifixión es sin duda de origen persa: La utilizaron
en primer lugar los “bárbaros”, como castigo político y militar para personas
de alto rango, luego la adoptaron los griegos y los romanos; en estos últimos, iba precedida generalmente de
la flagelación y el condenado llevaba él mismo el palo transversal al lugar del
suplicio.
A la crueldad propia del suplicio de la crucifixión -que
daba lugar a muchos gestos sádicos- correspondía su carácter infamante,
escandaloso y hasta “obsceno”. El crucificado se veía privado de sepultura y
era abandonado a las bestias salvajes o a las aves de presa. “Mors turpissima
crucis”: “La muerte en la cruz es la infamia suprema”, escribió Orígenes (185 –
254 D.C.).
Como todos sabemos, Jesús murió crucificado como un criminal
y tratado con la mayor crueldad posible; tanta crueldad sufrió Jesús que, según
las Sagradas Escrituras, expiró aproximadamente tres horas después de haber
sido crucificado, ante el asombro de los soldados romanos y demás testigos…
Ante aquella sombría realidad vivida por Jesús, la cruz continuó siendo el
lugar de castigo y tormento, hasta que el relato de su resurrección se empezó a
expandir; tal fue el auge de este acontecimiento, que transformó la historia, y
la predicación de su suplicio se convirtió en esperanza y salvación.
La cruz se transformó en el símbolo del misterio cristiano
redentor, pues en la cruz quiso libremente morir Jesús. Los cristianos la
convertirán precisamente en referencia religiosa, haciendo de lo insensato,
cátedra de sabiduría divina, el escándalo hace acto de presencia: “La muerte
que salva”, “la resurrección que redime”. Después de este acontecimiento
histórico podemos entender que la Cruz de Cristo se ha convertido en el emblema
universalmente conocido del cristianismo, y que a nuestros días no deja de
causar asombro y hasta cierta incredulidad: “Contemplarán al que traspasaron”
(Jn. 19,37).
La Cruz y la Resurrección conforman el corazón del “Kerigma”
apostólico, es decir, la proclamación original de la salvación realizada por
Cristo: “Dios ha hecho Señor y Cristo a ese Jesús al que habéis crucificado”
(Hch. 2, 36; cf. 2, 23; 4, 10), o que “fue colgado del madero” (Hc 10, 39; 13,
29). Es importante que tengamos presente que la cruz no solo es historia de la
humanidad, sino que es un hecho que trasciende a la humanidad misma, puesto que
en ella encontramos la máxima expresión de amor con la que Dios reconcilia a
toda la humanidad con Él mismo, le invita a acceder su intimidad misma y vivir
los frutos de la divinidad.
Al respecto, Jesús, dentro de su predicación, nos habla de
ciertos requisitos para acceder a la intimidad de Dios (salvación), algunos de
estos son:
1- El prójimo;
2- La conversión interior, manifestada al exterior por medio
de acciones concretas;
3- Desprendimientos de ataduras materiales y sentimentales;
4- Cargar con la cruz.
De todos los “requisitos” antes mencionados, hay uno en
particular del que me interesa hablar a profundidad: Cargar con la Cruz.
Comúnmente llamamos “cruz” a la participación del cristiano en este misterio,
por medio del sufrimiento transformado en donación, pero a menudo nos
encontramos que la cruz es más sufrimiento que donación, sino preguntémonos
cuántas veces no hemos escuchado las siguientes afirmaciones: “Esa situación es
tu cruz”, “Eso malo que te ha pasado es la cruz que Dios quieres que cargues”,
“Esa persona que me desespera es mi cruz”, entre otras. La cruz no solo es
suplicio, la cruz también es salvación; y para que podamos entenderlo de manera
más clara leamos la cita bíblica de Mt. 10, 38: “El que no carga su cruz y viene
detrás mío, no es digno de mi”.
Cuando Jesús habla de cargar la propia cruz no solo se
refiere a cargar con la penas y los dolores, Jesús habla de cargar todo lo que
hay en nuestra vidas; injustamente a la cruz asociamos lo malo, lo dificil, lo
injusto; pero obviamos algo muy importante, el hecho que Jesús cargó con toda la humanidad, con justos e injustos, con
santos y pecadores, con buenos y malos; y todo lo que hay en nuestro interior
-dolores, alegrías, cualidades y defectos-; porqué Jesús, al no cometer pecado
cargó con toda la realidad humana; por ende al mencionar la frase “cargar con
la cruz” nos invita a que nos despojemos de las ataduras materiales,
emocionales y espirituales y emprendamos el camino para peregrinar al encuentro
con su Padre, que por medio de su sacrificio se hace nuestro Padre. El cargar
con la cruz implica vivir una verdadera conversión, implica tomar lo que somos,
lo poco que tenemos, y caminar decididamente la senda que Jesús caminó.
Ahora bien, es importante recordar que el camino de la cruz
terminó en el Gólgota y, ésta, en el
lugar del suplicio, se convierte en el trono de Cristo (Jn. 12, 34);
entonces para nosotros el sacrificio que significa cargar con todas nuestras
realidades en el sentido de donación y agradecimiento al Padre, tendrá como
recompensa el trono de Cristo. Si retomamos los requisitos antes mencionados,
con seguridad se puede afirmar que estos implican una renuncia, un cambio y un
permanecer y perseverar; sino analicemos brevemente:
Tu prójimo: Amigos, compañeros, conocidos, desconocidos y
enemigos, todos ellos son parte del cargar con la cruz en el vivir de la cotidianidad. A cada uno de ellos
tenemos que amarlos, respetarlos y ver que en sus rostros vive Jesús.
Conversión: Debo prestar especial importancia a todo lo que
me aleja de Dios y luchar por cambiarlo; pero también, debo cuidar lo que me
acerca a Él para que la tentación no entre en mi vida por estar confiado en las
cualidades. Esto también es cargar con
la cruz.
Desprendimiento: No seamos como el joven rico, es decir
aquellos que buscamos cumplir la voluntad de Dios creyendo que es Él quien se
tiene que adaptar a nosotros y no nosotros a Él (Flp. 3, 13- 18). Tenemos que
desprendernos de nuestras ataduras y no creer que solo por asistir a misa,
rezar rosarios, padres nuestros y no hacer nada malo encontraremos la
salvación. Desprenderse de “mis” apegos también es cargar con la cruz.
Mi estimado lector, por medio de este artículo te invito a
dos cosas: En primer lugar, no veas como
cruz todas aquellas dificultades de nuestro diario vivir, no ofrezcas
únicamente aquello que causa dolor,
incertidumbre, incomodidad o molestia; ofrece tu vida entera, Dios sabe todo lo
que hay en ella y Él te dará lo necesario para que de estas situaciones puedas
salir victorioso, siempre y cuando tengas presente que esos aspectos negativos
de nuestra vida son las gracias inexplicables con las que Dios quiere que le
glorifiquemos para que reinemos junto a su Hijo en la eternidad. En segundo
lugar te invito a que tengas la valentía de ver la cruz no como lugar de
sufrimiento, sino como lugar de glorificación, de exaltación y sobretodo de
purificación, la cruz es la dignidad del cristiano y en ella carga toda la
realidad que le atañe en la cotidianidad.
“Recuerden la serpiente que Moisés hizo levantar en el
desierto: así también tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, y entonces
todo el que crea en Él tendrá por Él vida eterna” (Jn. 3, 14-15)
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