domingo, 8 de abril de 2018

Jesús, en el sagrario, salvó mi vida (Un testimonio bellisimo)




“La vida ha sido muy dura conmigo, sólo en el sagrario encontré un refugio de amor”. 

Así empezó nuestro diálogo. Yo escuchaba atento y sorprendido. Era una señora mayor, nunca esperé estas bellas palabras sobre nuestro buen Jesús:“Refugio de amor”.
Se notaba que a su edad sufría mucho por la carencia de amor de su familia, la soledad, y las enfermedades que la acosaban.
“El Señor en el sagrario es quien me sostiene”.
Estas palabras suyas me recordaron el salmo 120 que suelo rezar cuando atravieso una dificultad y no encuentro la salida, o cuando sé que se aproxima una tormenta en mi vida. Me trae consuelo y restaura mi paz. Me ayuda a confiar en Dios y vivir tranquilo.
Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel.
El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.
El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre.
Ella continuó su increíble relato:
En los momentos difíciles de la vida lo busco a Él. Jesús desde el sagrario salvó  mi vida. Sé que a menudo me he quejado, y he sido rebelde, pero estoy consciente que debo ser agradecida con Él. Me lo ha dado todo.
Cuando nadie me da nada, Él me brinda su compañía. Desde el sagrario me ofrece su amor, su gracia, y me consuela como nadie. Siento su presencia a mi lado”.
Hizo un breve silencio y continuó:
“Cada uno tiene su cruz. La mía, a mi edad, es muy pesada. Lo miro en el sagrario, sé que está allí. Cuando salgo de aquella capilla Él me ayuda a llevar mi cruz y se me hace liviana”.
“¿Cuándo visita a Jesús en el sagrario?”, le pregunté.
Voy a diario”, respondió ilusionada. “Imagine qué sería de mi vida si no fuera a estar con Él. Cada mañana al terminar la misa, me quedo en la banca un rato, mientras todos salen hacia sus trabajos, para agradecer el don de la Eucaristía, el amor que nos tiene, su Misericordia infinita. Luego me levanto y camino hacia una capillita donde lo custodian en el sagrario. Me quedo haciéndole compañía unos minutos que se vuelven horas…”
Y concluyó su relato:
“Cuando uno está ante la presencia del Señor, el tiempo se detiene”.

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