Durante a Segunda Guerra Mundial, una muestra de que el mensaje de Fátima estaba en lo cierto y la Liga de las Naciones equivocada sobre el modo de alcanzar la paz
En 1939, por desgracia, el mundo fue testigo de la triste predicción de Nuestra Señora, con un conflicto bélico que provocó millones de muertos.
La tentación del poder casi transformó el siglo XX en el “siglo de la nada”, e, incluso después de tantos años, aún hoy el miedo a un conflicto nuclear amenaza la tranquilidad de los pueblos y es tema de discusiones acaloradas entre los jefes de Estado.
Sin embargo, en relación con el miedo nuclear, sucedieron dos pequeños hechos considerados milagrosos que, de alguna forma, muestran que incluso en los momentos más oscuros de la historia, el mensaje de Fátima sigue siendo fuente de inspiración y esperanza.
El 6 de agosto de 1945, fecha en que la Iglesia celebraba la fiesta de la Transfiguración, los Estados Unidos de América, bajo el liderazgo del presidente Harry Truman, lanzaron sobre la ciudad japonesa de Hiroshima la primera bomba atómica de la historia.
Esta bomba causó una destrucción sin precedentes y la muerte instantánea de 80.000 personas, un número que se incrementaría a 140.000, por el efecto de la radiación.
Días después, fue Nagasaki la que sufrió las consecuencias de la nueva arma. Curiosamente, en ambas ciudades vivían la mayor parte de los católicos japoneses, tras décadas de persecución y de supervivencia en la clandestinidad.
“Ciertamente, podemos suponer que las bombas atómicas no fueron lanzadas por casualidad. La cuestión, por tanto, es por qué estas ciudades de Japón fueron escogidas para el sacrificio”, se pregunta el cardenal Giacomo Biffi en sus memorias.
En verdad, las actas del Comité para la elección de los objetivos muestran que las condiciones geográficas pesaron mucho más en la elección que la religiosidad de las ciudades — Hiroshima y Nagasaki serían lugares con mayor capacidad de destrucción.
Nagasaki, además, ni siquiera estaba en la lista en las primeras reuniones. Sea como fuere, la tragedia mató a dos tercios de los católicos de Japón.
En el centro de Hiroshima, donde cayó la primera bomba atómica, vivía un grupo de ocho padres jesuitas, que llevaban años de trabajo pastoral en Japón.
La explosión del Little Boy debía haber arrasado la comunidad, tal y como arrasó más de dos tercios de los edificios de la ciudad. Pero, milagrosamente, ni el edificio ni los sacerdotes sufrieron efecto alguno de la bomba.
Cuando los médicos los revisaron y descubrieron que no tenían ninguna contaminación en sus organismos, los jesuitas encontraron sólo una explicación al fenómeno.
“Sobrevivimos”, explicaba el p. Hubert Schiffer, “porque estábamos viviendo el mensaje de Fátima: rezábamos el Rosario diariamente, en esa casa”.
Los ocho miembros de la Compañía de Jesús vivieron hasta mediados de la década de 1970, sin ningún daño causado por la radiación.
Cuando la bomba explotó, los padres Hugo Lassalle, entonces superior de los jesuitas en Japón, Hubert Schiffer, Wilhelm Kleinsorge y Hubert Cieslik, estaban en la casa parroquial de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, mientras que los demás estaban en los alrededores de la parroquia.
Uno de ellos celebraba la Misa y los otros tomaban café. El templo fue uno de los únicos edificios que quedaron en pie tras la explosión. El padre Schiffer relató toda la historia en el libro, en inglés, El Rosario de Hiroshima.
En Nagasaki, algo semejante ocurrió con los frailes franciscanos de San Maximiliano Kolbe, conocidos por su intensa devoción mariana.
Antes de la guerra, san Maximiliano había decidido fundar su convento en una región de Nagasaki diferente a la que le habían propuesto inicialmente.
Cuando la bomba cayó, el 9 de agosto de 1945, el convento fue protegido de la explosión gracias a una montaña que había en las proximidades, de modo que, tanto en Hiroshima como en Nagasaki, podemos ver la mano protectora de María, actuando a favor de quienes se dispusieron a vivir su promesa en Fátima.
Otro hecho curioso sobre el “milagro de Hiroshima” es que la visión que los habitantes tuvieron segundos después de la explosión de la bomba atómica fue semejante al “Milagro del Sol”, realizado por la Virgen María en la última aparición de Fátima, el 13 de octubre de 1917.
Después de confiar varias profecías a los tres pastorcitos, la Virgen hizo bailar al Sol en el cielo y precipitarse sobre la tierra, en presencia de 70.000 personas.
Según los relatos de los supervivientes de Hiroshima, la explosión de Little Boy causó un brillo tan fuerte, que parecía que el Sol había caído sobre a Terra.
La misma fecha de la explosión, 6 de agosto, coincide con la fiesta litúrgica de la Transfiguración del Señor, cuando Jesús se transfiguró ante sus discípulos, volviéndose su rostro resplandeciente como el Sol y sus vestidos blancos como la luz (cf. Mt 17, 2).
“Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará”, profetizó la Virgen María hace cien años. Que, a ejemplo de los ocho padres jesuitas de Hiroshima, los cristianos de hoy vivan también con esta esperanza.
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