Frente al sagrario, empecé a rezar el Padre Nuestro y me dice: “Espera, lo haremos juntos…”
Jesús es tan real para mí, como tú que lees estas líneas. Es una presencia que no se puede explicar con palabras. Debes vivirla. Es alguien maravilloso, único, Él es.
Una vez lo visité en un sagrario cercano a mi casa y ocurrió algo especial. No imaginas la ilusión que me daba ir a verlo. Es mi mejor amigo desde que era niño. Nunca he tenido otro amigo como Él.
Fui a verlo para acompañarlo un rato. Tenía mucho que contarle. Es curioso, aunque tengo la certeza de que sabe lo que le diré, que conoce mis pasos y mi vida, igual me ilusiona contarle todo, compartir con Él mi vida.
Me agrada sencillamente sentarme frente al Sagrario y decirle: “Te quiero Jesús, lo eres todo para mí”. Me encanta pensar como un amigo al que escuché decir: “En mi corazón hay un sello y ese sello dice JESÚS”.
Aquella ocasión lo miré de frente y le dije desde la banca: “¿Por qué no sales de ese Sagrario y te sientas aquí, conmigo?”.No había pasado ni un segundo cuando sentí su presencia, a mi lado. Un gozo inexplicable me inundó el alma. En aquella capilla cerrada una leve brisa me envolvió. Era como si Jesús me abrazara.
Cerré los ojos para verlo con los ojos del alma y allí estaba, sentado a mi lado, con su túnica blanca, brillante como el más puro sol, con un brillo espectacular, hermoso. Me abrazó con fuerza y sonrió a gusto. Recuerdo que le dije: “Gracias Jesús, por ser mi amigo”. Y respondió: “Gracias Claudio por ser mi amigo”.
Él es lo más grande que le ha pasado a mi vida. Me encanta que sea mi amigo. Es un gran amigo. Lo da todo por ti. Se emociona cuando te confiesas, cuando piensas en Él, cuando le dices que lo amas. Sonríe a gusto ilusionado cuando lo visitas en el Sagrario. Lo disfruta y le das alegrías.
Lo imagino como un niño que espera los invitados a su fiesta de cumpleaños. Pasan las horas, ninguno llega, se inquieta y entristece: “¿Vendrán a verme?”, se pregunta sin dejar de asomarse por la ventana.
Y de pronto la puerta se abre… y eres tú. Él salta feliz. Empieza a llamarte por tu nombre con el corazón que le salta en el pecho. “Llegaste a verme, ¡¡gracias!! Estaba tan solo aquí, esperándote”.
Hace una semana me confesé. El buen sacerdote me dio de penitencia rezar un Padre Nuestro. Quise acompañar a Jesús y rezar frente al Sagrario. Lo que ocurrió entonces fue increíble.
Sentí que Jesús se sentaba a mi lado, más que contento, emocionado y me abrazaba feliz. “Bravo… Cómo me cuestas Claudio… pero, ¡lo hiciste!”. Y ambos nos sonreímos. Tiene cada ocurrencia…
Empecé a rezar el Padre Nuestro y me dice: “Espera, lo haremos juntos…” y juntos empezamos a rezar: “Padre Nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre…”.
Fue un momento especial, que nunca imaginé. Éramos Jesús y yo, los grandes amigos, juntos en aquella capilla, rezando una oración milenaria, la que Él nos enseñó. Sólo pude decir al terminar: “Qué bueno eres, Jesús”.
¿Lo imaginé? No lo sé, pero fue hermoso. Y cuento los minutos para volver a verlo y estar junto a Él, en aquél oratorio, ese pedacito de cielo, donde soy feliz.
Hoy volvió a ocurrir. Sentí de pronto la necesidad de hacer un alto y rezar. ¿Te ha pasado? Andas distraído y súbitamente sientes como algo que te mueve a la oración.
No lo comprendes pero es más fuerte que tú. Es una voz interior que te llama por tu nombre y te dice: “Ven es hora de rezar. Hay tanta necesidad de oración en el mundo”.
Estaba listo para ir a desayunar. Dejé todo por algo más importante. Y me senté a rezar. “Dios mío, qué bueno eres…”.
En ese momento sentí Su abrazo, tierno y bello. Me llené de un gozo, una paz sobrenatural que sobrepasaba mi entendimiento.
Una vez lo visité en un sagrario cercano a mi casa y ocurrió algo especial. No imaginas la ilusión que me daba ir a verlo. Es mi mejor amigo desde que era niño. Nunca he tenido otro amigo como Él.
Fui a verlo para acompañarlo un rato. Tenía mucho que contarle. Es curioso, aunque tengo la certeza de que sabe lo que le diré, que conoce mis pasos y mi vida, igual me ilusiona contarle todo, compartir con Él mi vida.
Me agrada sencillamente sentarme frente al Sagrario y decirle: “Te quiero Jesús, lo eres todo para mí”. Me encanta pensar como un amigo al que escuché decir: “En mi corazón hay un sello y ese sello dice JESÚS”.
Aquella ocasión lo miré de frente y le dije desde la banca: “¿Por qué no sales de ese Sagrario y te sientas aquí, conmigo?”.No había pasado ni un segundo cuando sentí su presencia, a mi lado. Un gozo inexplicable me inundó el alma. En aquella capilla cerrada una leve brisa me envolvió. Era como si Jesús me abrazara.
Cerré los ojos para verlo con los ojos del alma y allí estaba, sentado a mi lado, con su túnica blanca, brillante como el más puro sol, con un brillo espectacular, hermoso. Me abrazó con fuerza y sonrió a gusto. Recuerdo que le dije: “Gracias Jesús, por ser mi amigo”. Y respondió: “Gracias Claudio por ser mi amigo”.
Él es lo más grande que le ha pasado a mi vida. Me encanta que sea mi amigo. Es un gran amigo. Lo da todo por ti. Se emociona cuando te confiesas, cuando piensas en Él, cuando le dices que lo amas. Sonríe a gusto ilusionado cuando lo visitas en el Sagrario. Lo disfruta y le das alegrías.
Lo imagino como un niño que espera los invitados a su fiesta de cumpleaños. Pasan las horas, ninguno llega, se inquieta y entristece: “¿Vendrán a verme?”, se pregunta sin dejar de asomarse por la ventana.
Y de pronto la puerta se abre… y eres tú. Él salta feliz. Empieza a llamarte por tu nombre con el corazón que le salta en el pecho. “Llegaste a verme, ¡¡gracias!! Estaba tan solo aquí, esperándote”.
Hace una semana me confesé. El buen sacerdote me dio de penitencia rezar un Padre Nuestro. Quise acompañar a Jesús y rezar frente al Sagrario. Lo que ocurrió entonces fue increíble.
Sentí que Jesús se sentaba a mi lado, más que contento, emocionado y me abrazaba feliz. “Bravo… Cómo me cuestas Claudio… pero, ¡lo hiciste!”. Y ambos nos sonreímos. Tiene cada ocurrencia…
Empecé a rezar el Padre Nuestro y me dice: “Espera, lo haremos juntos…” y juntos empezamos a rezar: “Padre Nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre…”.
Fue un momento especial, que nunca imaginé. Éramos Jesús y yo, los grandes amigos, juntos en aquella capilla, rezando una oración milenaria, la que Él nos enseñó. Sólo pude decir al terminar: “Qué bueno eres, Jesús”.
¿Lo imaginé? No lo sé, pero fue hermoso. Y cuento los minutos para volver a verlo y estar junto a Él, en aquél oratorio, ese pedacito de cielo, donde soy feliz.
Hoy volvió a ocurrir. Sentí de pronto la necesidad de hacer un alto y rezar. ¿Te ha pasado? Andas distraído y súbitamente sientes como algo que te mueve a la oración.
No lo comprendes pero es más fuerte que tú. Es una voz interior que te llama por tu nombre y te dice: “Ven es hora de rezar. Hay tanta necesidad de oración en el mundo”.
Estaba listo para ir a desayunar. Dejé todo por algo más importante. Y me senté a rezar. “Dios mío, qué bueno eres…”.
En ese momento sentí Su abrazo, tierno y bello. Me llené de un gozo, una paz sobrenatural que sobrepasaba mi entendimiento.
¿Quién puede comprender estos misterios? Sabía que era Él, que estaba conmigo.
A Él le encanta sorprendernos, llenarnos de gracias. Él está presente cuando rezamos, cuando enfrentamos los problemas, cuando nos confesamos, cuando caminamos por el mundo, cuando nos acercamos a otros y rezamos juntos. “Porque donde dos o tres están congregados en mi nombre, allí estoy, en medio de ellos” (Mt 18, 20).
Yo creo que también está presente cuando rezas, aparentemente solo, porque no estás solo. Tu Ángel de la guarda reza contigo, a tu lado, mirándote complacido; feliz que has acogido el llamado de Dios.
Además, si has comulgado, llevas contigo a Jesús, a donde vayas. Eres un sagrario vivo. Iluminas el mundo con Jesús en ti.
Qué gran misterio, ser portadores de Dios, “Templos del Espíritu Santo”.
Hoy he pensado: “Si pudiese elegir un lugar en este momento, un sitio para estar: ¿cuál elegiría? Escogería estar contigo Jesús. Tantas personas buscan paz y aquí, contigo, abunda la paz”.
Qué feliz soy, en la presencia de Dios. Me encanta saber que soy su Hijo amado, como tú que eres mi hermano.
A Él le encanta sorprendernos, llenarnos de gracias. Él está presente cuando rezamos, cuando enfrentamos los problemas, cuando nos confesamos, cuando caminamos por el mundo, cuando nos acercamos a otros y rezamos juntos. “Porque donde dos o tres están congregados en mi nombre, allí estoy, en medio de ellos” (Mt 18, 20).
Yo creo que también está presente cuando rezas, aparentemente solo, porque no estás solo. Tu Ángel de la guarda reza contigo, a tu lado, mirándote complacido; feliz que has acogido el llamado de Dios.
Además, si has comulgado, llevas contigo a Jesús, a donde vayas. Eres un sagrario vivo. Iluminas el mundo con Jesús en ti.
Qué gran misterio, ser portadores de Dios, “Templos del Espíritu Santo”.
Hoy he pensado: “Si pudiese elegir un lugar en este momento, un sitio para estar: ¿cuál elegiría? Escogería estar contigo Jesús. Tantas personas buscan paz y aquí, contigo, abunda la paz”.
Qué feliz soy, en la presencia de Dios. Me encanta saber que soy su Hijo amado, como tú que eres mi hermano.
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