El predicador de la casa pontificia, en su tercera predicación de Cuaresma, reflexiona sobre el anuncio de la Palabra y el Espíritu Santo como principal agente de la evangelización
El padre Raniero Cantalamessa durante su tercera predicación de cuaresma (viernes 4 de marzo) al Santo Padre y la curia romana, la reflexión sobre la constitución Dei Verbum, es decir, sobre la Palabra de Dios. En la semana anterior profundizó en la lectio divina, y el viernes lo hizo sobre el “anunciar la Palabra”.
La Palabra de Dios se transmite por medio del Espíritu Santo, “esta es una verdad sencillísima y casi obvia, pero de gran alcance”, indicó el padre Cantalamessa. Es la ley fundamental de cada anuncio y de cada evangelización.
Por otro lado, aseguró que “lo primero que hay que evitar cuando se habla de evangelización es pensar que es sinónimo de predicación y por tanto reservada a una categoría particular de cristianos, los predicadores”. Y añadió que “no se evangeliza solamente con las palabras, sino primero con las obras y la vida; no con lo que se dice, sino con lo que se hace y se es”.
El padre Raniero contó que una vez durante un diálogo ecuménico, un hermano pentecostal le preguntó por qué los católicos llamamos a María “la estrella de la evangelización”. Llegué a la concusión –explicó– de que María es la estrella de la evangelización, no porque ha llevado una palabra particular a un pueblo particular, como hicieron también los grandes evangelizadores de la historia; sino porque ¡ha llevado la Palabra hecha carne y la ha llevado (también físicamente) a todo el mundo!
A continuación explicó cuáles son las premisas y condiciones para volverse verdaderamente un evangelizador. “No hay misión ni envio sin una anterior salida”, aseveró. Y añadió que la primera puerta por la que debemos salir no es la de la iglesia, de la comunidad, de las instituciones, de las sacristías; es la de nuestro ‘yo’.
Por otro lado, subrayó que “al corazón llega solamente lo que parte del corazón”. El padre Cantalamessa advirtió de que “el esfuerzo para un renovado compromiso misionero está expuesto a dos peligros principales”. Uno de ellos es la inercia, la pereza, no hacer nada y dejar que hagan todo los demás. El otro es lanzarse a un activismo humano febril y vacío, con el resultado de perder poco a poco el contacto con la fuente de la palabra y de su eficacia.
En esta línea, el predicador de la casa pontificia aseguró que cuanto mayor sea el volumen de la actividad, más debe aumentar el volumen de la oración, en intensidad si no en cantidad. Después de rezar, indicó que por experiencia personal “se hacen las mismas cosas en menos de la mitad del tiempo”. Además de la oración –indicó– otro medio para obtener al Espíritu Santo es la rectitud de intención.
También señaló que “debemos amar a Jesús, porque solo los que están enamorados de Jesús lo puede anunciar al mundo con profunda convicción”. Se habla con entusiasmo –precisó– solo de lo que se está enamorado.
Además, subrayó que “la sensación de alegría y bienestar que una persona prueba al sentir de repente que le vuelve a fluir la vida en uno de sus miembros hasta ahora inerte o paralizado, es un pequeño signo de la alegría que prueba Cristo cuando siente que su Espíritu vuelve a vivificar a algún miembro muerto de su cuerpo”.
Para concluir su predicación, el padre pidió que el Espíritu Santo, “principal agente de la evangelización”, nos conceda dar a Jesús esta alegría, con las palabras o con las obras, según el carisma y el oficio que cada uno de nosotros tiene en la Iglesia.
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