Cuando Margarita sólo contaba cuatro años de edad, comenzó a sentir la inclinación de decir varias veces: «Oh Dios mío, te consagro mi pureza y te hago voto de castidad perpetua». Cosa sor­prendente para una niña de esa edad, que no sabía siquiera el significado de esas palabras, como diría más tarde en sus memorias.