Nuestro Señor le dijo: “Me llevo tus manos y te entrego las mías… tócales”
Hay una serie de personas santas conocidas por haber compartido el sufrimiento de Cristo de una forma especial, esta es, experimentando literalmente Sus heridas en su propia carne. A este grupo pertenecen santos tan queridos como Francisco de Asís, Catalina de Siena y, más próximo a nuestros tiempos, Padre Pío.Y luego está… Irving “Francis” Houle, un tipo común y corriente de Míchigan, Estados Unidos.
Irving nació en el norte de Míchigan, en la ciudad de Wilson, en 1925. Tenía seis hermanos y una hermana, todos hijos de Peter y Lillian Houle. La familia rezaba el rosario todos los días durante la Cuaresma y el padre les enseñó a rezar las Estaciones de la Cruz todos los domingos después de misa. Sin duda alguna, la familia Houle era una devota familia católica.
La vida de Irving era la normal de un hombre de media clase del medio oeste de EE.UU. y vivió tal y como imaginamos el estereotipo de su tiempo. Se graduó del instituto en 1944 con el auge de la Segunda Guerra Mundial. Al mismo día siguiente se alistó en el Ejército de EE.UU. Sirvió en Europa, África y Oriente Medio y recibió la medalla del Servicio en el Teatro Americano y la de Buena Conducta. Se licenció en 1946.
Irving, siguiendo el ejemplo de su padre, empezó a vivir la vida tradicional de un joven católico. Se casó con Gail LaChapelle en 1948 y tuvieron cinco hijos: Stephen, Peter, John y los mellizos Matthew y Margo. Para mantener a su familia en el norte de Míchigan, Irving trabajó para la tienda Montgomery Ward, luego una empresa de suministros químicos y también como gerente de planta.
Era un feligrés activo en la iglesia de Saint Joseph y un miembro entusiasta de los Caballeros de Colón, donde era diputado de distrito y miembro de Cuarto Grado con el honor del título de Sir Knight. La familia Houle podría haber sido el modelo de una pintura del costumbrismo de Norman Rockwell.
Francis tenía 67 años cuando, un 9 de abril de 1993, Viernes Santo, empezaron a aparecer por primera vez sus estigmas. Francis contó a su hermano y al sacerdote Robert Fox (que más tarde escribiría un libro sobre él) cómo Jesús se le apareció al inicio de la Cuaresma el Miércoles de Ceniza. Contó que Jesús le dijo: Me llevo tus manos y te entrego las mías… tócales”.
El Viernes Santo, la hinchazón que había aparecido de forma evidente en el dorso y en la palma de sus dos manos se abrió y empezó a sangrar. Walter Casey, un policía retirado que había sido designado por el obispo para permanecer junto a Francis en todo momento, explicó que todas las mañanas entre la medianoche y las 3 de la madrugada, los 365 días del año, Francis soportaba el sufrimiento de la Pasión de Cristo. Francis le contó que la Santísima Madre se le había presentado 19 veces y que, durante esas visitas, le dijo que le traería a muchas personas y le llevaría a él a muchas personas.
Se calcula que Francis rezó individualmente por más de 100.000 personas mientras vivió. Las personas esperaban durante horas para ver al anciano abuelo estigmatizado para que depositara sus manos sobre ellos. Las personas lloraban y tocaban y besaban sus manos.
Houle nunca buscó ninguna atención personal, donativos económicos o ayuda financiera. Se mostraba firme en el hecho de que las curaciones venían de Dios y que nadie debía considerarlo a él, sino a Nuestro Señor Jesucristo, como la causa verdadera de esas curaciones espirituales y físicas.
Houle falleció un 3 de enero de 2009. Tenía 83 años y había llevado los estigmas de Cristo durante más de 15 años. Es uno de los pocos laicos en la historia de la Iglesia que han vivido los estigmas.
Dos obispos de la diócesis de Marquette (Míchigan), el obispo James H. Garland y el obispo Alexander K. Sample, no encontraron fraude en la actividad de Houle y le dieron su bendición. Estas conclusiones todavía no han sido enviadas a Roma.
Houle escribió la siguiente oración:
¡Oh Jesús mío! Mi corazón es tan pesado. Tu carga pesa demasiado para mí.
Por favor, Jesús mío, permíteme cargar con tu Cruz un tiempo. Solo para que sepas que me importa.
Mírame, querido Señor, con los ojos de tu misericordia. Que tus manos sanadoras descansen en mí.
Si así fuere tu voluntad, por favor dame salud, fuerza y paz.
Amén.
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