[Extractos de las visiones de la Beata Ana Catalina Emmerick (1774-1824) sobre la Resurrección del Señor, redactadas por el escritor Clemente Brentano (1778-1842) y recogidas en el volumen La amarga Pasión de Cristo (Voz de Papel),
Últimas horas de la tarde antes de la Resurrección Mientras la Santísima Virgen estaba sentada en íntima oración, llena de anhelo de Jesús, vi que un ángel se presentó ante ella a decirle que fuera al portillo que tenía Nicodemo en la muralla, porque se acercaba el Señor. El corazón de María desbordó de gozo; se envolvió en su manto y dejó a las santas mujeres sin decir a nadie dónde iba. Fue sóla y de prisa al portillo de la muralla de la ciudad por el que habían venido del jardín del sepulcro. Serían las nueve de la noche. De repente la Santísima Virgen se paró en silencio en un lugar solitario de su santo camino cerca del portillo. Miró como arrobada con alegre curiosidad hacia lo alto de la muralla. Vi que el alma de Jesús, reluciente y sin heridas, acompañada de una multitud de almas de los patriarcas, bajaba cerniéndose hacia la Santísima Virgen. Jesús se volvió a los patriarcas señalándola y dijo estas palabras: -María, mi madre. Fue como si la abrazara; luego desapareció. La Santísima Virgen se hincó de rodillas y besó el suelo donde Jesús había estado; sus rodillas y pies quedaron impresos en la piedra. (…) La noche de la Resurrección Entonces mi contemplación se acercó a adorar el santo cuerpo, que descansaba con su envoltura intacta, circundado de un resplandor de luz, entre los dos ángeles que desde el entierro he visto constantemente en serena adoración, uno a la cabeza y otro a los pies del santo cuerpo. Estos ángeles aparecían totalmente en figura sacerdotal y recordaban por la posición de sus brazos, cruzados sobre el pecho, a los querubines del arca de la alianza, salvo que no tenían alas. (…) Serían las once de la noche cuando la Santísima Virgen, llevada del amor y de su anhelo, no pudo esperar más. Se levantó, se envolvió en un manto pardo, y salió sola de la casa. Yo pensaba: -¿Cómo se puede dejar que esta Santa Madre, tan angustiada y tan sacudida, vaya sola en estas circunstancias? La vi ir afligida a la casa de Caifás y luego al palacio de Pilatos, una larga caminata por la ciudad. Luego recorrió sola por calles desiertas todo el viacrucis de Jesús, deteniéndose en todos los lugares donde el Señor había sufrido algún padecimiento o donde había ocurrido un maltrato. Como si buscara algo que hubiera perdido, con frecuencia se prosternaba en el suelo, palpaba las piedras de alrededor con las manos y luego se tocaba la boca como si hubiera tocado el Santuario, la sangre del Señor, y lo quisiera besar reverentemente. Estaba en un estado de amor muy elevado, veía claro y luminoso todo lo que estuviera santificado a su alrededor y estaba sumida en amor y adoración. (...) María completó su camino hasta el Calvario, y cuando ya estaba cerca, se quedó quieta y contemplé la aparición de Jesús con su santo cuerpo martirizado ante la Santísima Virgen; un ángel le precedía, a su lado estaban los dos ángeles adorantes del sepulcro, y le seguía una gran multitud de almas redimidas. Jesús no se movía, era como un cadáver ambulante rodeado de luz, pero escuché una voz que salió de Él para anunciar a su Madre lo que había hecho en el Anteinfierno y que ahora resucitaría en cuerpo viviente y transfigurado y entonces vendría a verla, que le esperara en la piedra del Calvario donde Él se había caído. La aparición se fue a la ciudad y la Santísima Virgen se quedó arrodillada rezando envuelta en su manto en el lugar donde el Señor la había citado. Debían ser las doce bien pasadas, pues Maria estuvo largo rato en el viacrucis. (…) Cuando el cielo matinal comenzó a aclararse por Levante con blancas rayas de luz, vi que Magdalena, María Cleofás, Juana Cusa y Salomé salieron de la vivienda junto al Cenáculo completamente envueltas en sus mantos. Llevaban paquetes de especias envueltos en telas, y una de ellas llevaba también una luz encendida, todo ello oculto bajo los mantos. (...) Resurrección del Señor Vi la aparición del alma de Jesús entre dos ángeles guerreros, los mismos que antes aparecían en forma sacerdotal, rodeada de muchas figuras luminosas, como un gran resplandor que descendía cerniéndose a través de la peña del sepulcro a su santo cadáver. Fue como si el resplandor se inclinara y se fundiera con Él y entonces vi moverse sus miembros dentro de sus envolturas, y vi como si el resplandeciente cuerpo vivo del Señor, penetrado de su alma y su divinidad, saliera del costado de la mortaja, como si se alzara de la herida del costado. Todo estaba lleno de luz y resplandor. (…) Entonces vi que el Señor resplandeciente flotaba a través de la peña. La tierra tembló y un ángel en figura de guerrero bajó del cielo al sepulcro como un rayo, puso la piedra al lado derecho y se sentó encima. La sacudida fue tal que la cesta de lumbre osciló y las llamas salían hacia afuera. Los guardias que lo vieron cayeron como atontados por los contornos y se quedaron, tendidos como muertos y en posturas retorcidas. (...) En el instante en que el ángel echó abajo la piedra de la tumba y tembló la tierra, vi que el Señor resucitado se apareció a su Madre en el Calvario. Estaba extraordinariamente bello, serio y resplandeciente. La ropa en torno a sus miembros parecía un ancho manto ondeante cuyo borde jugaba en el aire al caminar; el manto tenía un brillo blancoazulado como el humo a los rayos del sol. Las llagas de Jesús eran muy grandes y brillantes y en la de la mano bien se podía meter un dedo. Los bordes de las heridas tenían las líneas de tres triángulos iguales que se reunían en el punto central de un círculo, y del centro de la mano salían rayos hacia los dedos. Las almas de los patriarcas se inclinaron ante la Madre de Jesús, a quien el Señor dijo algo que he olvidado sobre que se volverían a ver. Le enseñó sus llagas y cuando ella se prosternó para besar sus pies, la tomó de la mano, la levantó y desapareció. (…) Las santas mujeres en el sepulcro. Apariciones de Jesús Cuando Nuestro Señor resucitó, las santas mujeres estaban cerca del portillo de Nicodemo; no habían visto ningún signo y tampoco sabían nada de la guardia, pues ayer, que era sabbat, ninguna había estado en el sepulcro, sino que estuvieron de duelo y encerradas. Ahora se preguntaban preocupadas unas a otras: -¿Quién nos rodará la piedra de la puerta? (…) Los guardias estaban como atontados y tirados por aquí y por allá en posturas retorcidas; la piedra estaba en el zaguán, desplazada a la derecha, y las puertas, que ahora estaban solo presentadas, se podían abrir. A través de la puerta vi que los lienzos que habían envuelto al cuerpo estaban sobre el túmulo sepulcral de la siguiente manera. La gran sábana en la que había estado envuelto el cuerpo estaba como antes, sólo que hueca, hundida y dentro sólo tenía hierbas. Las vendas que habían envuelto esta sábana, estaban todavía como si envolvieran algo, como si estuvieran apuntaladas, con su longitud a lo largo del borde delantero del túmulo sepulcral; pero el paño con el que María había envuelto la cabeza de Jesús estaba separado, a la derecha de la cabeza, enteramente como si la cabeza estuviera dentro, pero con la cara tapada. Entonces vi que las santas mujeres se acercaron al jardín, pero al ver las luces de la guardia y los soldados tirados alrededor se asustaron, y subieron un poco por el jardín hacia el Gólgota. Pero Magdalena olvidó todo peligro y se precipitó en el jardín y Salomé la siguió a cierta distancia; estas dos se habían ocupado sobre todo de los ungüentos. Las otras dos mujeres, más temerosas, esperaban delante del jardín. Vi que Magdalena se acercó a los guardias, y al verlos tirados por el suelo se asustó y retrocedió un poco hacia Salomé, pero luego, las dos juntas pasaron tímidamente entre los guardias tumbados y entraron en la cueva del sepulcro. (...) Magdalena abrió de golpe, con mucho miedo, las puertas, se quedó mirando fijamente al túmulo sepulcral y vió que los lienzos estaban vacíos y apartados. Todo estaba lleno de resplandor y un ángel estaba sentado a la derecha en el lecho de piedra. Magdalena se quedó estupefacta y no se si oyó alguna de las palabras del ángel; enseguida la ví salir corriendo rápidamente por el portillo de Nicodemo a la ciudad, al lugar donde estaban reunidos los discípulos. Tampoco se si María Salomé, que no había pasado del zaguán, captó alguna de las palabras del ángel; enseguida la vi huir del jardín con mucho dolor en pos de Magdalena, y salió a buscar a las otras dos mujeres que se habían quedado delante del jardín, para anunciarles lo que había ocurrido. (…) Entonces ellas cobraron ánimos y entraron juntas en el jardín y cuando entraron con mucho miedo en el zaguán, allí estaban delante de ellas los dos ángeles del sepulcro con sus relucientes vestiduras sacerdotales blancas. Las mujeres se quedaron espantadas, se apretaron y, cubriéndose los ojos con las manos, se prosternaron temerosamente hasta el suelo. Uno de los ángeles habló para decirles algo así como: -No debeis temer, no debeis buscar aquí al crucificado; está vivo, ha resucitado y ya no está en el sepulcro de los muertos. Les mostró tambien que aquellos lugares estaban vacíos y las mandó que dijeran a los discípulos lo que habían visto y oído. Jesús les precedería en ir a Galilea, y debían recordar lo que les dijo en Galilea: -El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de los pecadores y ser crucificado, y al tercer día resucitará de nuevo. Entonces desaparecieron los ángeles, y las santas mujeres, temblando y vacilando, y sin embargo llenas de alegría, examinaron el sepulcro y los lienzos, lloraron y desde allí se fueron a la Puerta. Aunque todavía estaban muy espantadas, no se apresuraron, y a cierta distancia se paraban de vez en cuando y miraban alrededor por si veían al Señor o si volvía Magdalena. Mientras pasaba todo esto, vi que Magdalena llegó al Cenáculo. Estaba fuera de sí y llamó enérgicamente; algunas todavía estaban durmiendo junto a la pared, otras estaban levantadas y hablaban; fueron Pedro y Juan quienes abrieron la puerta. Magdalena sólo les dijo desde afuera estas palabras: -Se han llevado al Señor del sepulcro, no sabemos adónde. Y después se volvió corriendo a toda prisa al jardín del sepulcro. Pedro y Juan volvieron a entrar en la casa, hablaron con los demás discípulos y la siguieron deprisa, Juan más deprisa que Pedro. Vi otra vez en el jardín a Magdalena, que corrió a meterse en el sepulcro; el dolor y la carrera la habían puesto fuera de sí. Estaba completamente empapada de rocío; su manto se le había resbalado de la cabeza a los hombros y tenía sus largos cabellos caídos y sueltos. Como estaba sola, no se atrevíó a entrar enseguida en la cueva, sino que se quedó un rato al borde de la excavación que había delante de la entrada del zaguán. Se encorvó mucho para mirar hacia el túmulo sepulcral por entre las puertas, bastante bajas en el zaguán, y en esto, al echar atrás con las manos sus cabellos, que le caían sobre la cara, retrocedió y vió los dos ángeles con blancas vestiduras sacerdotales sentados a la cabeza y los pies del túmulo sepulcral y enseguida oyó la voz de uno de ellos que decía: -Mujer, ¿por qué lloras? Ella, desolada, pues no sabía ni pensaba en nada, excepto en que el cuerpo del Señor no estaba allí, gritó: -Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. Al decir esto y no ver más que los lienzos, se volvió enseguida como una que está buscando, pues pensaba que lo encontraría por encima de todo; tenía un oscuro presentimiento de que estaba cerca y la aparición de los ángeles ni siquiera la distrajo de su idea. Era como si no se le ocurriera que fueran ángeles; no podía pensar más que en Jesús, en nada sino en “¡Jesús no está aquí!, ¿dónde está Jesús?”. La vi dar unos pasos delante del sepulcro, yendo y viniendo como una persona que busca, totalmente enloquecida. Sus largos cabellos le caían por los hombros a derecha e izquierda de la cara, y en un momento dado se atusó toda la masa de su pelo y con las dos manos la llevó al hombro derecho, luego sostuvo las dos matas de pelo en ambas manos, las echó para atrás y miró alrededor. Entonces a unos diez pasos de la peña del sepulcro, hacia Levante, en el sitio donde el huerto sube hacia la ciudad, entre los arbustos que estaban detrás de una palmera, vio aparecer a la incierta luz del alba una figura alta y vestida de blanco. Se precipitó hacia allí y oyó otra vez las palabras: -Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? Ella creyó que la figura era el hortelano, y yo lo vi también con una azada en la mano y un sombrero plano que parecía una visera contra el sol hecha con una corteza atada por delante, justo como el jardinero que vi en la parábola que Jesús contó en Betania a las mujeres poco antes de su Pasión; la aparición no era luminosa, sino solo una persona con vestiduras largas y blancas a la luz del amanecer. A las palabras: -¿A quien buscas? – ella replicó inmediatamente: -¡Señor, si te lo has llevado, dime adónde y yo le iré a buscar! y al mismo tiempo volvió a mirar por si Jesús estuviera cerca. Entonces Jesús la dijo con su voz habitual: -¡María! Y ella, al reconocer la voz y darse cuenta que Jesús vivía, olvidó la crucifixión, la muerte y el entierro, y volviéndose instantáneamente dijo como tantas veces: -¡Rabuní! (¡Maestro!) y cayó de rodillas y extendió sus brazos hacia sus pies. Pero Jesús levantó las manos defendiéndose de ella y dijo: -¡No me toques, pues aún no he subido hacia mi Padre! Pero ve a mis hermanos y diles que subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y el vuestro. Entonces el Señor desapareció. (…) Después que desapareció el Señor vi que Magdalena se levantó de pronto, y corrió otra vez al sepulcro como si hubiera estado en un sueño. Entonces vio a los dos ángeles sentados en el sepulcro, escuchó lo mismo que habían oído las otras sobre la Resurrección, vio los lienzos, y ahora, completamente segura del milagro y de lo que había visto, se apresuró a buscar a sus acompañantes por el camino del Gólgota, que andaban por allí errantes y vacilantes, en parte esperando la vuelta de Magdalena y en parte con el deseo de ver al Señor por alguna parte. Todo lo que pasó con Magdalena solo duró un par de minutos, serían las dos y media cuando se le apareció el Señor. Apenas salió Magdalena del jardín entró en él Juan, y luego Pedro, muy cerca detrás de él. Juan se puso al borde delante de la entrada, se inclinó a mirar por la puerta del zaguán a través de las entreabiertas puertas del sepulcro y vió los lienzos. Entonces llegó Pedro, entró en la cueva, se puso delante del túmulo sepulcral y vió en el centro del túmulo la mortaja arrollada desde ambos lados hacia el centro, con las especias y aromas envueltos dentro. Las vendas estaban alrededor, arrolladas tal como las mujeres suelen arrollarlas para guardarlas. El sudario de la cara estaba a la derecha de los otros y hacia la pared, pero también ordenado. Luego Juan siguió a Pedro al túmulo sepulcral, vio lo mismo y creyó en la Resurrección. Ahora tenían claro lo que el Señor había dicho y lo que está en la Escritura, que antes habían tomado a la ligera. Pedro se metió los lienzos debajo del manto y se apresuraron a volver a casa por el portillo de Nicodemo; Juan volvió a adelantarse corriendo a Pedro. (…) Entretanto, Magdalena había encontrado a las santas mujeres y las había contado lo que le dijo a Pedro y ahora al Señor en el jardín, y luego que había visto a los ángeles; las mujeres repusieron que ellas también habían visto a los ángeles. Entonces Magdalena corrió a la Puerta de la Ejecución para ir a la ciudad, pero las mujeres se volvieron al jardín, quizá para encontrar allí a los dos apóstoles. Vi que los guardias se acercaron a ellas y las dijeron algo. Ya cerca del jardín del sepulcro, les salió al encuentro la aparición de Jesús con una vestidura larga y blanca que le colgaba incluso sobre las manos y que les dijo: -¡Os saludo! Se echaron a sus pies temblando y fue como si quisieran abrazar sus pies, algo que sin embargo no recuerdo haber visto claramente, pero vi que el Señor les dijo unas palabras, señaló con la mano hacia una comarca y desapareció, con lo cual las mujeres se dieron prisa en ir a la ciudad por la Puerta de Belén a decir a los discípulos en el Cenáculo que habían visto al Señor y que les había hablado. Sin embargo, los discípulos al principio no querían creer nada de lo que decían ellas y Magdalena, y lo tuvieron por figuraciones de mujeres hasta que volvieron Pedro y Juan. |
viernes, 19 de enero de 2018
Jesús no descuidó a su Madre: Ana Catalina Emmerick refiere dos apariciones antes de la Resurrección
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