Para algunos, “la clave de la vida espiritual”
Lo leemos en San Mateo 5, 1-12: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el reino de los cielos”. El papa Francisco insiste que el las Bienaventuranzas son “el único camino de la verdadera felicidad y único medio también de reconstruir la sociedad”.
Pero concretamente, ¿qué tipo de pobreza es la “de espíritu”? Jacques Philippe, sacerdote de la Comunidad de las Bienaventuranzas, en la que ha desempeñado responsabilidades, piensa que “el mundo de hoy “está enfermo de su orgullo”, de su “avidez insaciable de riqueza y poder, y no puede curarse sino acogiendo el mensaje de las Bienaventuranzas”.
El padre Philippe es un sacerdote que predica ejercicios en todo el mundo y cuya obra se encuentra en español editada por completo por la editorial Rialp.com.
La “pobreza de espíritu”, es para el autor “la clave de la vida espiritual”.
Jacques Philippe, en La felicidad donde no se espera. Meditaciones sobre las Bienaventuranzas, reconoce que cuando él era un joven sacerdote, “tenía cierta dificultad para predicar sobre las Bienaventuranzas”.
“Las Bienaventuranzas son una promesa de felicidad: no se trata de una felicidad o una satisfacción simplemente humana”. El texto griego evangélico usa la expresión “ptochós to pnéuma” (pobres en el espíritu), o según en qué traducción, “los que tienen un corazón pobre”.
La pobreza “buena”
Hay una pobreza negativa: miseria material o moral, vacío interior, que “por supuesto hay que combatir, y es lo que hace la Iglesia”.
Pero también hay una “pobreza que es buena, fuente de vida y de alegría”. Se trata de “una forma de libertad, la libertad de recibirlo todo gratuitamente y darlo todo gratuitamente”.
“La pobreza de corazón es a fin de cuentas la libertad de recibirlo todo gratuitamente, sin que nuestro ego, sus pretensiones y reivindicaciones, se interpongan”, explica este biblista.
Supone “una muerte a sí mismo, un desprendimiento radical”.
Una de las afirmaciones más recurrentes del Antiguo Testamento y en los Salmos en particular es la de la ternura de Dios para con el pobre que acude a Él.
Ser pobres es en primer lugar “estar en la verdad de Dios”, reconocer “nuestra limitación radical de criatura” y también “nuestra total dependencia de su amor”.
“Esta toma de conciencia conduce a la humildad, al arrepentimiento, pero nunca a la tristeza o al desánimo”, aclara Philippe.
“Ser pobre de espíritu significa aceptar la total dependencia de la misericordia de Dios”. No tener nada, no ser nada por sí mismo, pero recibirlo todo, con una conciencia muy viva de la gratitud absoluta de los dones de Dios.
En la pobreza de corazón es muy importante “no reclamar nada, no reivindicar nada por el bien que hemos realizado”.
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