La experiencia de la amistad auténtica es un verdadero tesoro.
Es –como ha dicho Elredo de Rieval–
«la patria de quien está en el
exilio, la riqueza de quien es pobre, la medicina de quien está enfermo,
la gracia de quien está sano, la fuerza de quien es débil, el premio de
quien es fuerte». Cualquier amigo de verdad quiere para su amigo todos
los bienes, todas las gracias, compartir con
él las propias alegrías y tristezas, viviéndolas con un solo corazón.
En resumen, quiere con todas las fuerzas de su alma la felicidad del
otro. Esto –estoy convencida de ello– es lo que vivieron los santos.
Fueran hermanos, esposos o amigos, ellos supieron vivir esa caridad sin
límites de Cristo, que dió la vida por sus amigos. Es que tener una
amistad centrada en Jesús nos permite no ser emigrantes, ni extranjeros;
nos permite convertirnos en el hogar del otro. Tener un amigo es tener la necesidad de ayudar al otro a vivir. Saint Exupery lo expresa de modo muy hermoso:
«Amigo
mío, tengo necesidad de ti como de una cumbre donde se puede respirar.
Tengo necesidad de acodarme junto a ti, una vez más a orillas del Saona,
sobre la mesa de una pequeña hostería de tablones desunidos, y de
invitar allí a dos marineros en cuya compañía brindaremos en la paz de
una sonrisa semejante al día. Si todavía combato, combatiré un poco por ti. Tengo necesidad de ti para creer mejor en el advenimiento de esa sonrisa. Tengo necesidad de ayudarte a vivir (…)»
Les dejamos 10 inspiradoras historias de santidad construida en medio de una profunda amistad










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