miércoles, 14 de noviembre de 2018

María Valtorta - Llamada a los sacerdotes, cuya única herencia debe ser Dios



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* No deben tener más que el vestido (el cuerpo sea siervo del espíritu que es siervo de Dios)  y una diadema de oro incorruptible: pureza y caridad.-■ 

Acuden sacerdotes, rabíes y fariseos. Jesús está todavía en medio del patio, de vuelta de su persecución. El látigo está todavía en su mano.
Los sacerdotes le preguntan: “¿Quién eres? ¿Cómo te permites hacer esto, turbando las cere­monias prescritas? ¿De qué escuela provienes? Nosotros no te conocemos, ni sabemos quién eres”. Jesús: “Yo soy Él que puede. Todo lo puedo.
Destruid este Templo real y Yo lo levantaré de nuevo para dar gloria a Dios. No turbo la santidad de la Casa de Dios y de las ceremonias, sois vosotros los que la turbáis permitiendo que su morada se transforme en sede de usureros y mercaderes.
Mi escuela es la escuela de Dios. La misma que tuvo todo Israel por boca del Eterno que habló a Moisés. ¿No me conocéis? Me conoceréis. ¿No sabéis de dónde vengo? Lo sabréis”.  ■
Y, Jesús, volviéndose hacia el pueblo, sin preocuparse ya más de los sacerdotes, alto, vestido de blanco, el manto abierto y cayendo tras los hombros, con los brazos abiertos como un orador en lo más vivo de su discurso, dice:
“¡Oíd, vosotros de Israel! En el Deuteronomio (1) está escrito: «Establecerás jueces y magistrados en todas las puertas… y ellos juzgarán al pueblo con justicia, sin inclinarse a parte alguna. No tendrás acepción de personas, no aceptarás donativos, porque los donativos ciegan losojos de los sabios y alteran las palabras de los justos. Con justicia seguirás lo que es justo para vivir y poseer la tierra que el Señor tu Dios te dé». ■
¡Oíd, vosotros de Israel! Dice el Deuteronomio (2): «Los sacerdotes y los levitas y todos los de la tribu de Leví no tendrán parte ni herencia con el resto de Israel, porque deben vivir con los sacrificios del Señor y con las ofrendas hechas a Él; nada tendrán entre las posesiones de sus hermanos, porque el Señor es su herencia». ■
¡Oíd, oh vosotros de Israel! Dice el Deuteronomio (3): «No prestarás con interés a tu hermano ni dinero ni trigo ni cualquier otra cosa. Podrás prestar con interés al extranjero; mas a tu hermano le pres­tarás, sin interés, aquello de que tenga necesidad». Esto ha dicho el Señor.
Ahora bien, vosotros mismos veis qué injusticia para con el pobre se comete en Israel. No triunfa el justo, sino el fuerte; y ser pobre, ser pueblo, quiere decir ser oprimido. ¿Cómo puede el pueblo decir: «Quien nos juzga es justo» si ve que sólo a los poderosos se los respeta y escucha, mientras que el pobre no tiene quien le es­cuche?
¿Cómo puede el pueblo respetar al Señor si ve que no le respetan los que más deberían hacerlo? ¿Es respeto al Señor la violaciónde su mandamiento? ■ ¿Y por qué entonces los sacerdotes en Israel tienen posesiones y aceptan donativos de publicanos y pecadores, los cuales actúan así para tener de su parte a los sacerdotes, de la mismaforma que éstos actúan así para tener mayor riqueza?
Dios es la herencia de sus sacerdotes. Para ellos, Él, el Padre de Israel,es, como en ningún caso, Padre, y les provee de comida como es justo; pero no más de lo que sea justo. No ha prometido a sus servidores del Santuario dinero y posesiones.
En la eternidad, por ser justos, tendrán el Cielo, como lo tendrán Moisés y Elías y Jacob y Abraham, pero en esta tierra no deben tener más que el vestido de lino y una diadema de oro incorruptible:  pureza y caridad, y que el cuerpo sea siervo del espíritu que es siervo del Dios verdadero, y no sea el cuerpo señor del espíritu, y contra Dios. ■
Se me ha preguntado con qué autoridad hago esto. ¿Y ellos?, ¿con qué autoridad profanan el mandamiento de Dios y a la sombra de los sagrados muros permiten usura contra los hermanos de Israel, que han venido para cumplir el mandato divino? 
Se me ha preguntado de qué escuela provengo, y he respondido: «De la escuela de Dios». Sí, Israel. Yo vengo y te llevo de nuevo a esta escuela santa e inmutable. Quien quiera conocer la Luz, la Verdad, la Vida, quien quiera volver a oír la Voz de Dios que habla a su pueblo, venga a Mí. 
Seguisteis a Moisés a través de los desiertos, ¡oh, vosotros de Israel! Seguidme; que Yo os conduzco, a través de un desierto, sin duda, más dificultoso, hacia la verdadera Tierra prometida. Por el mar abierto de los Mandamientos de Dios os llevo a ella.
Alzando mi Señal, os curo de todo mal.  Ha llegado la hora de la Gracia. La esperaron los Patriarcas, murieron esperándola. La predijeron los Profetas y murieron con esta esperanza. La soñaron los justos y murieron confortados por este sueño.
Ha venido ahora. Venid. «El Señor va a juzgar de un momento a otro a su pueblo será misericordioso para con sus siervos»(4), como prometió por boca de Moisés”. ■ La gente, agolpada en torno a Jesús, le ha escuchado con la boca abierta.
Luego comenta las palabras del nuevo Rabí y hace preguntas a sus compañeros. Jesús se dirige hacia otro patio, separado de éste por un pórtico. Los amigos le siguen. (Escrito el 24 de Octubre de 1944).

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