martes, 22 de enero de 2019

Los veranos más felices de Raúl Soldi

SOLDI

Pintó el Colón, en una Basílica de Nazareth, pero su gran legado se ve en las parroquias de Buenos Aires.


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Es uno de los artistas argentinos más renombrados, y uno de los que más huella ha dejado en la pintura religiosa en el siglo XX. Completó su formación en Milán, y pudo exponer obras en todo el mundo. Sin embargo, su gran legado motiva visitas a un humilde pueblo de los suburbios bonaerenses. Porque Raúl Soldi pintó la cúpula del Teatro Colón, hizo el aporte argentino a la Basílica de la Anunciación en Nazareth, pero dejó su gran obra maestra en una parroquia de Glew, al sur de la capital argentina.
Algunas de las obras de Soldi (Galería)
Raúl Soldi (1905-1994) contaba que se hizo pintor porque no pudo ser cantante, como gran parte de su familia. Con el arte en las venas, no obstante, empezó a pintar copiando un cuadro de Quinquela Martin. Su primera experiencia pintando en fresco fue en Italia, en el pueblo de su madre, donde le ofrecieron pintar una capilla del siglo XI dedicada a San Fermín. En su primer año en la Academia de Brera le reprobaron dibujo; quiso dejar, pero como recordaba, eligió “el camino del esfuerzo”.
De regreso en Buenos Aires, la escenografía cinematográfica le daba de comer, pero le quitaba el tiempo para la pintura. Tras una beca en Nueva York, logró hacer escenografía para el Teatro Colón, cuya cúpula pintaría algunos años después. Fue de la mano de su esposa Estela que fue abandonando la escenografía para, de a poco, ir confirmándose como uno de los grandes artistas del momento.
Por aquellos años, en la década del 50, visitó por primera vez el pueblo de Glew, a unos 40 kilómetros del centro de Buenos Aires. Era, por entonces, como le describía, “un páramo desolado, una casita cada tanto, un hombre de a caballo, un carro, unas gallinas atravesando la calle, picoteando entre el polvo reseco de la huella”.
Mientras pintaba paisajes en los alrededores del pueblo, le llamó la atención una capillita dedicada a Santa Ana, en su exterior de ladrillo, sencilla. “Fue ver sus paredes blancas y decirme, ¡caramba! Qué lindo sería llenarlas de color”, recordaba. Desde 1953 hasta 1976, en 23 veranos, Soldi pintó la serie de frescos que hacen de esta capilla en Glew una auténtica joya del arte cristiano sudamericano. De hecho, reconociendo el valor de su obra magna, una de sus dos obras en el Vaticano es Santa Ana y la Virgen Niña.
“Trabajé durante veintitrés veranos; al lado de la capilla había un huerto con frutales (hoy en día hay una escuela). El padre Jerónimo me traía frutas del huerto. Yo las iba comiendo mientras trabajaba: ciruelas al principio; luego duraznos, peras e higos; cuando comía uvas me daba cuenta de que el trabajo correspondiente a ese verano llegaba a su fin. También nos acompañaba el padre Domingo, que venía a Glew en los veranos y tocaba Bach en el armonio de la iglesia. Jerónimo me pagaba por cada mural que concluía con una gallina y una docena de huevos frescos. Fueron los veranos más felices de mi vida”.
La obra religiosa de Soldi también puede apreciarse en otras parroquias de Buenos Aires, como es el caso de Santa Magdalena Sofía Barat, de Castelar, San Isidro Labrador, en Saavedra, o la catedral de Campana. Y también en la Basílica de la Anunciación, en Nazareth, donde pintó un mural inspirado en el milagro de la Virgen de Luján, representando a la Argentina, expuesto en la iglesia superior. Aprovecho esa estancia para pintar unos maravillosos oleos de templos y calles de Tierra Santa
Pero la mejor manera de conocer a Raúl Soldi es visitar Glew, donde a pocas cuadras de Santa Ana, se encuentra su fundación, en la que se presenta un completo pantallazo de su obra.



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